martes, 5 de enero de 2010

Nunca volverás a besarla

- Quiero que presencien el primer experimento con mi máquina – dijo el profesor Espinosa a sus compañeros.

Los profesores Rufus y Dreyer habían acudido ansiosos a la llamada del profesor Espinosa. Sabían que se hallaba muy cerca de construir un ingenio para viajar en el tiempo. Al entrar en el laboratorio la vieron en el centro de la sala: era una caja negra de dos metros de altura y un metro en las otras dos dimensiones. “En la cuarta dimensión es infinita”, pensó el profesor Rufus, ensayando una frase grandilocuente para el próximo congreso.

El profesor Dreyer se acercó hacia la máquina, pero le detuvo el inventor.

- Aún no, amigo. Se la mostraré después de haberla hecho funcionar. Seré el primer hombre que se desplace en el tiempo. Comenzaremos por un viaje de cinco minutos hacia el futuro.

El profesor Espinosa entró en la caja y cerró la puerta. Dreyer miró su reloj: eran las dos y catorce minutos de la mañana. Cuando levantó la vista de su muñeca la máquina había desaparecido. Los dos científicos se mantuvieron en silencio, reflexionando, incluso algo asustados, mirando de cuando en cuando el reloj, hasta que la máquina del tiempo volvió a las dos y diecinueve minutos. El profesor Espinosa salió sonriente de la caja negra y recibió el abrazo de sus colegas.

- Había preparado un coñac para este momento – dijo mientras servía abundante licor sobre tres copas.
- ¿Sería posible un viaje hacia el pasado? – preguntó el profesor Rufus.
- ¿Por qué no? – contestó el ufano Espinosa -. Lo comprobaremos ahora mismo.

El profesor volvió a entrar en su máquina y dijo desde dentro: “Diez minutos”.
Mientras Dreyer contemplaba un meteorito que cruzaba el firmamento, su colega observó que la máquina esta vez no había desaparecido.

El profesor Espinosa salió sonriente de la caja negra y recibió el abrazo de sus colegas.

- Había preparado un coñac para este momento – dijo mientras servía abundante licor sobre tres copas.
- ¿Sería posible un viaje hacia el pasado? – preguntó el profesor Rufus.
- ¿Por qué no? – contestó el ufano Espinosa -. Lo comprobaremos ahora mismo.

El profesor volvió a entrar en su máquina y dijo desde dentro: “Diez minutos”.

Mientras Dreyer contemplaba un meteorito que cruzaba el firmamento, su colega observó que la máquina esta vez no había desaparecido.

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