Empujaba sus caderas contra las de Ana a un ritmo cada vez más rápido. Le dio la vuelta y ella comenzó a chupársela. Hacía tiempo que ya no le distraían los murmullos en la sala, el campanilleo de los hielos en los vasos o el rebullir inquieto en las sillas. Sacó la polla de su boca, y cuando comenzó a correrse sobre su cara, se sintió audaz y decidió que esa noche, al salir del club, no vacilaría y sí se atrevería a pedirle a Ana una cita para tomar café al día siguiente.
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