Teo
sale por la puerta trasera del restaurante con dos pesadas bolsas llenas de
basura. La luz de una farola tuerta lejana tiñe de un pobre naranja su mandil,
donde unas manchas informes de grasa derivan como un archipiélago de costras
inmundas. Abre el cubo y echa en su boca insaciable los restos de comida de la
jornada. Teo escucha un ruido a escasos metros de donde se encuentra. Es un
perro vagabundo. Él no entiende mucho de razas pero lo que sí puede constatar es
que se trata de un perro gigantesco. Tiene la cabeza de un caballo. Aunque se encuentra
medio escondido detrás de unas cajas de cartón, puede verle unos ojos húmedos y
una piel grisácea y cubierta de peladuras. Da un ladridito pequeño, casi
inaudible, lastimero, como implorando algo de esa comida que está desechando. Teo
duda si darle algo, seguro que está hambriento, se le ve bastante flaco, aunque
si el jefe se entera seguro que le cae una buena. Marcos abre la puerta y sale
al exterior.
-Teo,
te llaman por teléfono.
-¿Quién
es?
-Se
me ha olvidado.
Teo resopla y cierra con fuerza el
cubo de basura, entrando a grandes zancadas en el interior del restaurante.
Marcos se sienta en el bordillo de la puerta y saca un Camel de una cajetilla
exhausta. Interroga con rápidas palmadas
varias veces cada uno de sus bolsillos, hasta que por fin extrae un pequeño
mechero de color amarillo. Marcos ve que se ha caído de alguna bolsa de basura
unos trozos de pollo en pepitoria que servían en el menú de noche. Se mesa su
barbilla mal afeitada y da una calada profunda al cigarro. El perro adelanta la
cabeza y comienza a olfatear en dirección al alimento que se ofrece lujurioso
en el suelo. Macos chasquea la lengua y cierra los ojos.
-El
teléfono estaba colgado-dice Teo al salir de nuevo.
-Llamaron
hacía rato –explica Marcos-. Era mamá. Yo no sabía dónde estabas.
-¿Pues
dónde iba a estar? Aquí fuera, o en la cocina.
Marcos se encoge de hombros y apaga
el cigarrillo con la bota.
-Ahí
hay un perro, está olisqueando la comida –dice Marcos, señalando con el mentón.
-Joder,
Marcos, tienes que cerrar bien las bolsas de basura, se ha caído todo el pollo
al suelo.
-Solamente
ha sido un poquito. Y ahora así se lo puede comer el perro.
-¿Qué
quieres? ¿Llenar esto de animales vagabundos? ¿Que nos la monte el señor
Roberto? ¿Otra vez por algo que tú haces?
Marcos baja la cabeza y comienza a
aplastar más y más con la punta de su bota la colilla que había arrojado al
suelo. Teo se pellizca la parte superior de la nariz cerrando los ojos. Se
acerca al trozo de pollo en el suelo y de una patada lo aproxima a donde está
el perro. El animal retrocede temeroso unos pasos, aunque poco a poco da unos
pasos dubitativos y comienza a devorar la carne.
-Mira,
Marcos, se lo está comiendo –dice Teo sentándose al lado de su hermano-. Parece
que le gusta.
-Debe
tener mucha hambre el pobrecito. ¿Le damos más?
-¿Qué
te he dicho antes?
Teo saca el paquete de tabaco y se
mete un cigarro en la boca. Da unos golpes en la parte trasera y saca otro, que
ofrece a su hermano.
-Tienes
que tener más cuidado, Marcos. No puedes perder también este trabajo. Aquí no
gano tanto para los dos, e imagínate si también me echan a mí.
-No
debió haberse ido Estrella de casa –responde Marcos mirando la colilla
destrozada.
-No
debiste pegarla.
-Y
tú no debiste haber hecho eso.
Teo se aprieta las sienes con los
puños y se masajea la frente. Se levanta y se acerca al cubo de basura. Saca de
su interior la bolsa en la que a simple vista parece que hay más piezas de
pollo. La abre de un tirón fuerte y arroja al suelo el contenido. Se percata de
que se ha cortado con alguna lata en la palma de la mano. Parece un tajo
generoso. Unas gotas de sangre caen al suelo.
El perro sale de su escondite y
empieza a comer toda la comida caída en el suelo. Es un animal realmente enorme.
Levanta la cabeza y se escucha su olfateo como un bufido de tren. Se acerca a
las gotas de sangre y comienza a lamerlas con su lengua rosada.
-Pero,
¿qué haces? –se extraña Marcos-. ¿Y si vienen más animales vagabundos?
-Este
perro es de fiar, creo yo, no se lo dirá a nadie –replica Teo sentándose de
nuevo guiñando un ojo a su hermano.
-Es
cierto, yo también lo creo.
Hay
un reguero de gotitas cárdenas hasta la puerta donde se encuentran sentados. El
perro enseña los dientes y una mezcla de saliva, comida y sangre se apelmaza en
sus bigotes. Un gruñido sale de su garganta y se le desparrama por la boca
abierta mientras se acerca a pasos rápidos hacia los dos hermanos.