Cuando Carmen entró en su
casa, escuchó un silencio extraño, un silencio artificialmente creado. Parecía
como si unas pisadas y unas voces se hubieran visto súbitamente amortiguadas.
No pudo evitar un grito cuando, al encender la luz, vio cómo se abalanzaban
sobre ella su hermana y sus amigas Mar y Pilar.
- ¡Sorpresa! –dijeron las
tres al unísono mientras se abalanzaban sobre ella, abrumándola de besos y
abrazos.
Con los ojos aún destellantes fue poco a poco
distinguiendo sobre la mesa del salón un vestidito azul, un cochecito con la
cabeza de Pluto y muchos sonajeros y chupetes.
- La próxima vez te acompaño
yo a la eco –dijo su hermana Luz.
- ¡Un niño! –exclamó Mar-. Yo
creo que a Chema le encantará un niño, aunque, bueno, lo importante es que
nazca bien.
- Y guapo –puntualizó Pilar-.
Aunque con ese padre será fácil.
- Pero siéntate, no estés de
pie, no te canses –dijo su hermana mientras le acercaba una silla.
Carmen se sentó. Sobre la mesa, aparte de los regalos,
había también varias latas de cerveza, con y sin alcohol, y varios cuencos con
patatas fritas y frutos secos. Carmen cogió una patata y la mordisqueó. La sal
le revivió sus labios secos.
- Ésta para ti –dijo Pilar
tendiéndole una lata de cerveza sin alcohol-. Y éstas para nosotras.
El teléfono sonó. Carmen ya sabía que se trataba de
Chema. Desde que le había dado la noticia, hacía ya tres meses, la llamaba
todos los días varias veces. Siempre citaba aquella noche en que después de ver
“Los puentes de Madison” habían hecho el amor. Él estimaba que aquél debió ser
el día en el que habían concebido al bebé.
- Sí, es un niño –se oyó
decir-. Sí, todo bien, muy bien. Sí, eso ha dicho el médico. Hacía un poco de
cosquillas y estaba helado. Ya, me imagino que tendrás muchas ganas de volver
de Houston. Están aquí mi hermana, Mar y Pilar, me han preparado una fiestecilla.
Te dejo, que están aquí esperando. Yo a ti también.
Carmen colgó y dejó el móvil sobre la mesa, al lado del
cuenco de las almendras. Cogió una de ellas e intentó quitar la cáscara, pero
no lo consiguió. Se la metió en la boca y la masticó lentamente.
- Qué suerte –dijo Pilar-. Un
niño. Después de tantos años por fin lo habéis logrado.
Mar le dirigió una mirada fija y acerada.
- ¿Qué pasa? –replicó Pilar-.
Eso no importa ahora. ¿Qué más da que hayan tenido que esperar ocho años. Lo
importante es que llegó. Siempre habías comentado que como mucho uno, ¿no?
Carmen sonrió y asintió con la cabeza. Las bocas
sonrientes de sus amigas se le asemejaron a grandes almejas. Bebió un largo
trago de cerveza.
- 0,0 –dijo Pilar-. A partir
de ahora, sólo eso, por lo menos durante una temporada.
Su hermana fue al dormitorio. Carmen escuchó un arrastrar
de ruedas que chirriaban sobre el parquet.
- Y mira esto –dijo Luz
mientras entraba con un cochecito de niños-. Por aquí han pasado ya Jorge,
Marcos y Teresa, y ahora se sentará… ¿Cómo lo vais a llamar?
- No sé, aún no lo hemos
pensado. A Chema siempre le gustó Mario.
- Pues Mario se sentará aquí,
y, ¿quién sabe si alguien más?
Las cuatro continuaron la fiesta hasta que acabaron la
cerveza. Luz, Mar y Pilar charlaban a voces y reían con estrépito. Pilar contó
varias anécdotas divertidas sobre su oficina.
Cuando se marchaban, bien pasada la
medianoche, Mar se acercó a Carmen.
- ¿Puedo? –dijo mientras
acercaba su mano a Carmen.
Mar apoyó una mano cálida sobre el vientre de Carmen. Una
sonrisa se abrió en su rostro mientras perdía la mirada-. Parece que se nota
ya.
Cuando se marcharon, Carmen recogió las latas y vació los
cuencos de frutos secos. Se sentó en el sofá y se apretó contra sí un cojín de
cuadros rojos y negros. Pensó que tenía el tamaño adecuado para un vientre de
cinco meses.
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