El reloj del coche iba atrasado, siempre lo había estado. Sus uñas raían la goma del volante mientras él vigilaba esta operación. Cambió de postura y algo crepitó en el bolsillo trasero del pantalón. Sacó
el papel y lo exploró con las manos. Tantas veces lo había leído ya. Sólo una
línea. Todo un folio para una línea. ¿Es que no tenía ningún sentido del
ahorro? Hizo una bola con él y se dispuso a tirarlo, pero se le había pegado a
la mano. Lo estrujó aún más y lo guardó en el bolsillo de la chaqueta.
Faltaban
para que llegase ella veinte minutos, veinte horas, veinte años. ¿Qué iba a
decir? Hola. Hola. ¿Qué tal estás? Bien, ¿y tú? Tirando. ¿Te has enterado de lo
de mi mujer? No, ¿se fugó con el fontanero? No, no es eso, es que anoche metió
la cabeza en el horno. Y, ¿qué iba a cocinar? A ella misma. ¡Ah!, y, ¿qué pasó?
Nada, la muy tonta se dejó la puerta abierta y llegó una vecina; ¡dejarse la
puerta abierta!, imagínate que nos roban. Ya te dije que Rebeca era muy
descuidada. Y tú qué sabes, si no la conoces. Pero me lo imagino.
Un
hombre mayor cruzó por delante del coche y se le quedó observando. Miró durante
un segundo o quizás durante mil, y luego continuó su camino. Llevaba un
periódico en el bolsillo del abrigo, parecía el ABC. Lo siguió con la mirada
hasta que otro coche lo tapó y lo hizo desvanecerse. En la mirada del extraño
estaban los ojos vidriosos de Rebeca. ¿Podría haber algún tipo de relación
entre ellos? Tal vez le gusten las pelirrojas teñidas. Cuando salga del
hospital los presentaré.
Eolo
empujó una nube y dejó asomar el sol. La nube se enfadó y se puso gris. Un
coche rojo aparcó detrás del suyo; por el retrovisor pudo ver una mujer que
bajaba
de él. ¿Era ella? No, esta es mayor, además Ana no
sabe conducir. La mujer pasó a su lado moviendo las caderas con firmeza y se
metió en un piso a la derecha de la calle. A cada paso la falda subía unos
centímetros y la rodilla asomaba intermitentemente. Giró la cabeza y miró hacia
el coche, pero se le empañó la cara; después fue el vientre el que se puso
borroso, y finalmente entró en la casa. El parabrisas empezó a motearse
lentamente y el exterior se deformaba, haciéndose infinitamente pequeño, como
una pesadilla. Alargó la mano para accionar los limpiaparabrisas y se encendió
la radio. “La gente se preocupa de que el petróleo no suba unos duros. Pero
cuando muchos soldados vuelvan a casa, encontrarán que sus esposas han muerto,
pero los generales discutirán sobre los cardos de tomate que han destruido, los
aviones que han derribado, los barcos que han hundido. Ya no quedan en el mundo
valores que se”. Apagó la radio y se quedó mirando cómo el agua reptaba por el
cristal. Encendió el limpiaparabrisas y los brazos mecánicos empezaron a
despedirse de él. Las gotas volvían a salir del cristal y todo vuelta a
empezar. Uno arriba, dos abajo.
Cogió
un kleenex y se sonó. ¿De quién serían esos kleenex? Los clímax, como decía
Ana. Ana, ¿no crees que debemos dejarlo? ¿Por qué? No sé, es lo que se suele
hacer, ¿no? ¿Metió la cabeza en el horno porque se enteró de lo nuestro? No sé,
supongo que sí. ¿Ha muerto? No, ya te dije que llegó la vecina? Entonces no te
dejó libre, sucio cabrón.
La
lluvia repiqueteaba en el capó del coche. Toc, toc, toc. Adelante, ¿qué desea?
Estar lejos de aquí. Váyase a Cataluña. Cataluña. Provincias: Barcelona,
Tarragona, Leridita y Gerona. O mejor a Estambul. Sacó una cinta del
porta-casettes y la puso. Empezó a sonar “Round midnight”. El saxo tenor se
confundía con una dulce voz de niña, la voz de Friné que decía: ven, ven.
Perdonadla, oh, Sabios Jueces, es demasiado bella. Jamás, sentenció Rebeca.
Recordó los momentos en que había estado encima de ella, en cómo se le hinchaba
una vena del cuello. Se la imaginaba ahora moviendo las caderas frinéticamente
y oliendo a butano. Uno arriba, dos abajo. Cerró los ojos y se reclinó sobre el
asiento. La oscuridad se hizo naranja y giró la cabeza para que todo volviese a
ser negro. ¿Cuánto tiempo aguantaría con los ojos cerrados? ¿Cuánto tiempo
aguantaría? Deseaba abrir los ojos y encontrarse lejos, en otro mundo, en otro
tiempo, en otro todo. Abrió los ojos y vio los limpiaparabrisas diciéndole
adiós, adiós sucio cabrón.
Tosió
y metió la mano en el bolsillo para coger los caramelos. Al lado había un
papel. Sacó un dulce y depositó el papel sobre el regazo. Sólo una línea. Sólo
una maldita línea. Desenrolló el papel y lo leyó: “Tejo res. Ación.” Alisó el
papel y descifró un agrietado “Te dejo libre. Adiós, sucio cabrón.” Adiós.
¿Cómo se enteraría? Un cabello, una vacilación, una mirada. ¡Ah!, Ana, no te
conté lo mejor. Cuenta, cuenta. Pues resulta que cuando la encontraron estaba
totalmente desnuda. ¿Para qué diablos haría eso? ¡Desnuda!, con lo gorda que
está. Y tú que sabes si no la conoces. Pero me lo imagino. Desnuda, Adiós, sucio
cabrón. Adiós, estúpida Ofelia butanera. Sweet dreams. Abrió la ventanilla y
arrojó el papel como si fuese una flema. Maldita sea, ya se retrasa cuarto de hora, cuarto de vida. Le dije que era importante. Y
lo es, ¿no? ¿Qué le voy a decir? Quiero dejarla, ¿no es cierto? ¿Por qué? Si
Rebeca no hubiese hecho eso, ¿la dejaría? No creo. Entonces, ¿por qué? Ana es
guapa, inteligente, agradable. Empezar de nuevo. Te dejo libre. Me queda aún
más de media vida, más de media hora. Mañana también amanecerá, aunque siga
siendo un lunes otoñal. Te dejo libre. El siglo que viene también amanecerá,
aunque siga siendo un lunes otoñal. A la izquierda del ring, Ana; a la derecha,
el hombre del ABC. Para el ganador del combate, una bombona de butano. Adiós,
sucio cabrón. La tos reacudió y la garganta le escocía terriblemente. En ese
momento recordó la lata de Coca-Cola que siempre guardaba su mujer en la
guantera. La abrió, arañándose con la anilla. Coño. Qué caliente está. ¿A qué
sabrá el butano? Desnuda. Ofelia ahogada en butano y Hamlet muerto por una
anilla de Coca-Cola envenenada. Descansen en paz. R.I.P.
Miró
por el retrovisor y vio acercarse a una mujer. Ana. Te dejo libre. Es guapa,
inteligente, agradable. Dios mío, es casi una niña. Te dejo libre. Sólo una
jodida línea. Mañana también aquí será otoño, pasado será invierno y al otro
otoño, y todo vuelta a empezar. Nunca será aquí primavera. Quizás lejos. El
reloj del coche está atrasado, lo pondré en hora. Ya podía ver el rostro de Ana
por el retrovisor. Nariz un poco larga. Desnuda en el suelo. Cabrón. Adiós,
Ofelia, sweet dreams. Adiós, sucio cabrón. Maldita zorra. Adiós. Adiós, mi
pequeña Friné. Arrancó el coche. Uno arriba, dos abajo. Adiós. Pisó el
acelerador y se perdió por la izquierda de la calle. Uno arriba, dos abajo.
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