miércoles, 16 de enero de 2013

Trilogía sucia animal I - Perros


Ramón se anilló como buenamente pudo al dedo meñique la correa de uno de los perros que debía sacar a pasear. Con la mano que le quedaba libre abrió la puerta de la verja y logró salir antes que los animales. Nunca había sacado a pasear un número tan elevado de canes: tirando como si fueran leones llevaba dos foxterriers, un yorkshire, un dálmata y un pitbull que cojeaba notablemente de una de sus patas. Para precisar más, Ramón no había sacado a pasear ni un puto perro en su vida. Jamás le habían agradado esos animalejos babosos que te muerden los bajos de los pantalones y te olisquean el culo. Sentía algo más de estima por los gatos, no mucha tampoco, para ser sinceros, pero al menos eran unos bichos más independientes.

Le había supuesto una sorpresa grata el comprobar que a sus cuarenta y cinco años largos todavía era capaz de conseguir un trabajo que la mayoría considera honrado. Ya estaba harto de ir rodando cuesta abajo por la vida, no quería bajo ningún concepto retornar a la cárcel. A Ramón le gustaba la calle, respirar el aire no almacenado entre los odiosos muros de la prisión, caminar con pasos demorados mientras el humo de su cigarrillo ascendía con pereza hasta diluirse en el aire. Sin embargo, ahora su paseo era muy distinto, en esta ocasión se veía obligado a detenerse cada vez que se cruzaba con un árbol para que los perros mearan en él, o bien el paseo azaroso que se había trazado segundos antes en su mente, como si su cabeza albergara un plano imaginario de la ciudad, se veía truncado si el yorkshire, que según le habían contado era sumamente libidinoso, captaba el aroma de una perra en celo.

Contó el número de patas de los animales, cinco por cuatro veinte, aunque una del pitbull estaba jodida. Él solo poseía dos, pero tenía inteligencia, mucha más que esa mierda de babosos, aunque en la mayor parte de su vida no la hubiese sabido aprovechar. Delante de él, una mujer rubia de treinta y tantos llevaba una perra arropadita por un minúsculo jersey de cuadros escoceses. Ella movía bien el culo, y su animal, a juzgar por la lengua jadeante de sus cinco machos, tampoco debía hacerlo mal. Entraron en el parque, ahora le resultaba sencillo manejar a los chuchos. Empezaba a oscurecer. Sus perros tiraban de él con fuerza, aunque Ramón lograba mantenerlos a su lado, él no era ningún enclenque. El ruido de la ciudad se iba antojando cada vez más lejano. Abrió la mano y los cinco perros se abalanzaron sobre la perrita. La rubia gritó. El primero en llegar fue el yorkshire, pero Ramón, mientras le arrancaba las bragas, vio que finalmente la cubrió el pitbull.

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