Depositó
su gorro de lluvia sobre la mesa del bar. Las gotas de agua salpicaban las
solapas del sombrero, formando innumerables perlitas que brillaban bajo la luz
de la lámpara. Se secó la palma de las manos contra el pecho de su gabardina gris
y sus pantalones de pana. Exhaló repetidamente el vaho contra sus manos y las
frotó enérgicamente, apoyándolas en sus mejillas heladas. Poco a poco, notó
cómo iba entrando en calor, en primer lugar su rostro, que pareció que iba a
comenzar a incendiarse. Hacía unos meses que había regresado a su pueblo y aún
no había logrado recuperar la experiencia de sobrellevar el frío. Cuando
entraba en algún bar, acostumbraba a buscar las estufas y chimeneas,
dirigiéndose hacía allí rápidamente. Pero, lo peor de todo, estimaba, era la
lluvia. Sentía que se le oxidaban las articulaciones y sus movimientos se
hacían más torpes.
Recordaba cuando paseaba por su
playa del Caribe, acariciando su piel blanca de sobrio castellano con ese sol
que tanto le agradaba y le hacía disfrutar, caminando al lado de perros
vagabundos que le seguían durante unos pasos erráticos para luego abandonarse
con algún otro caminante o persiguiendo algún albatros para disputarle la
comida que el mar ofrecía devotamente. Una vez, recuerda, apareció en la playa
un muerto. Nadie lo conocía, debía ser algún ahogado que hubiera caído de una
barca de pesca, sospechaban en el pueblo. Pidió una sopa caliente. Eso era lo
que más había añorado de su pueblo, tal vez lo único. Abrazaba con sus manos el
cuenco de barro que atesoraba un caldo espeso, como a él le gustaba, con sus
migas de pan flotando, esa sopa de ajo que nunca había comido allí ni había
logrado enseñar a cocinar a Zulema. Detestaba esa lluvia que ni moja ni deja de mojar, nada comparado
con las tormentas bíblicas que allí se producían. No debió registrar aquel
cadáver, no debió recoger esos paquetes que llevaba en el interior de la
mochila. Hubiera podido seguir allí, jugando con los perros vagabundos, Zulema
seguiría cocinándole la yuca frita que a él tanto le gustaba, y, sobre todo,
ella seguiría viva.
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