miércoles, 21 de enero de 2015

TIGRE

Juan se detuvo delante de la jaula del tigre. Estaba tumbado sobre una especie de balsa de piedra, con la cabeza lánguida apoyada en las patas posteriores. La piel del animal parecía de fuego aterciopelado y una mancha negra le cubría una gran zona de la parte izquierda de la cara ensombreciéndole el ojo. Introdujo la mano en un bolsillo de la cazadora y sacó un puñado de pipas. Se llevó una a la boca y la mordió con un golpe seco de sus incisivos. Cric-cric. Escupió la cáscara al suelo y se tragó la semilla, casi sin masticarla. 

Juan necesitaba ver un tigre de cerca para poder continuar con su novela, para describir apropiadamente al felino, su aspecto, su respiración, la forma de moverse. Se metió otra pipa en la boca. Cric-cric. El tigre alzó las orejas y las dirigió hacia él. Volteó la cabeza y le miró. Juan mantuvo las cáscaras en el interior de su boca y, tanteando los bolsillos de la cazadora, sacó la libretita de notas y sus dos bolígrafos, el negro para escribir y el rojo para destacar los detalles significativos. El animal se levantó y estiró primero sus patas delanteras y posteriormente las traseras, sin dejar de mirar un instante a Juan. Pasó rápidamente las páginas hasta encontrar una en blanco. Apuntó la palabra TIGRE en color rojo y se colocó ese bolígrafo entre los labios, mordiéndolo ligeramente, lo justo para que no se cayera. Antes de comenzar a escribir se metió varias pipas en la boca y su lengua lamió golosa las piedritas de sal.

La fiera se acercó lentamente a él. Sus miradas se apresaban la una a la otra como un par de arañas dispuestas a pelear entre sí. Yuk dio un pequeño paso hacia atrás, silencioso, protector. El río de aguas insalubres se insinuaba como un murmullo lejano a unos cien metros de donde se encontraba. La selva se le adhería pegajosa a la frente y le caminaba por la cara, humedeciendo sus labios agrietados. Los insectos crepitaban lujuriosos escondidos entre los árboles. Cri-cri. Juan mordió las pipas que almacenaba en la boca y dejó caer las cáscaras por su barbilla. El tigre se aproximó más a él, parecía como si anduviera flotando por encima de las hojas muertas. Por un momento le dio la impresión de que podía sentir su aliento, un olor metálico y amargo que le envolvía como una niebla seca. Yuk agarró la cerbatana cargada que sujetaba con la boca y apuntó cuidadosamente a la frente del animal. Sopló con todas sus fuerzas y el cartucho de tinta salió disparado justo cuando el tigre se preparaba a lanzarse sobre él. Juan saltó hacia atrás y comenzó a correr rápidamente. Las ramitas se le clavaban en sus pies descalzos que aplastaban las carambolas podridas. Solamente esperaba que el veneno hiciera efecto en la sangre del tigre antes de que le alcanzara.

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