Juan se detuvo delante de la
jaula del tigre. Estaba tumbado sobre una especie de balsa de piedra, con la
cabeza lánguida apoyada en las patas posteriores. La piel del animal parecía de
fuego aterciopelado y una mancha negra le cubría una gran zona de la parte
izquierda de la cara ensombreciéndole el ojo. Introdujo la mano en un bolsillo
de la cazadora y sacó un puñado de pipas. Se llevó una a la boca y la mordió
con un golpe seco de sus incisivos. Cric-cric. Escupió la cáscara al suelo y se
tragó la semilla, casi sin masticarla.
Juan
necesitaba ver un tigre de cerca para poder continuar con su novela, para
describir apropiadamente al felino, su aspecto, su respiración, la forma de
moverse. Se metió otra pipa en la boca. Cric-cric. El tigre alzó las orejas y
las dirigió hacia él. Volteó la cabeza y le miró. Juan mantuvo las cáscaras en el
interior de su boca y, tanteando los bolsillos de la cazadora, sacó la
libretita de notas y sus dos bolígrafos, el negro para escribir y el rojo para destacar
los detalles significativos. El animal se levantó y estiró primero sus patas
delanteras y posteriormente las traseras, sin dejar de mirar un instante a
Juan. Pasó rápidamente las páginas hasta encontrar una en blanco. Apuntó la
palabra TIGRE en color rojo y se colocó ese bolígrafo entre los labios,
mordiéndolo ligeramente, lo justo para que no se cayera. Antes de comenzar a
escribir se metió varias pipas en la boca y su lengua lamió golosa las
piedritas de sal.
La fiera se acercó
lentamente a él. Sus miradas se apresaban la una a la otra como un par de
arañas dispuestas a pelear entre sí. Yuk dio un pequeño paso hacia atrás,
silencioso, protector. El río de aguas insalubres se insinuaba como un murmullo
lejano a unos cien metros de donde se encontraba. La selva se le adhería
pegajosa a la frente y le caminaba por la cara, humedeciendo sus labios
agrietados. Los insectos crepitaban lujuriosos escondidos entre los árboles.
Cri-cri. Juan mordió las pipas que almacenaba en la boca y dejó caer las
cáscaras por su barbilla. El tigre se aproximó más a él, parecía como si
anduviera flotando por encima de las hojas muertas. Por un momento le dio la
impresión de que podía sentir su aliento, un olor metálico y amargo que le
envolvía como una niebla seca. Yuk agarró la cerbatana cargada que sujetaba con
la boca y apuntó cuidadosamente a la frente del animal. Sopló con todas sus
fuerzas y el cartucho de tinta salió disparado justo cuando el tigre se
preparaba a lanzarse sobre él. Juan saltó hacia atrás y comenzó a correr
rápidamente. Las ramitas se le clavaban en sus pies descalzos que aplastaban
las carambolas podridas. Solamente esperaba que el veneno hiciera efecto en la
sangre del tigre antes de que le alcanzara.
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