La camarera estaba sentada a una mesa ordenando naipes y agrupándolos en mazos separados. Los acariciaba con sus dedos y hacía deslizar las cartas de una mano a otra. En ocasiones, cuando consideraba que el tacto de unas y otras difería, las volteaba para comprobar si pertenecían a la misma baraja o si por el contrario se trataba de una intrusa.
Quedaba un único cliente en el bar. El hombre persianaba los ojos con los párpados y murmuraba frases ininteligibles, gesticulando con vehemencia hacia su vaso de Larios con tónica. Se levantó, depositó un billete sobre la barra y se marchó con pasos titubeantes. Ella cerró con llave la puerta y subió el volumen de la televisión. Se volvió a sentar y observa los ocho mazos de cartas que cuidadosamente había acabado de recoger. Dejó caer las dos manos sobre las barajas y las segó con los brazos hasta convertir la mesa en un campo de batalla caótico. Cogió dos naipes y sonrió al constatar que se trataban de un cuatro y un cinco de copas.
Crítica: Los enamoramientos. Javier Marías.
Hace 9 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario