Hacía ya ocho días que Ruth no le cogía el teléfono. Cuando el tono del móvil cambiaba para informar que el interlocutor no estaba disponible, Pablo se quedaba mirando el aparato durante unos segundos, como si ese hecho pudiera conjurarla de alguna manera. Se puso el uniforme y salió de su casa. El sonido de la puerta al cerrarse nunca le había parecido tan hueco. Pasó la mano por debajo de la barbilla. Hacía ya ocho días que no se afeitaba.
Al entrar en la comisaría de Leganitos, el inspector López le guiñó un ojo. Tardó unos instantes en comprender que este gesto se debía a la confianza que López había depositado en su próximo ascenso. Se sentó a su mesa y ojeó unos papeles que tenía en el cartapacio. Cuando los guardó en el archivador, constató que si alguien le hubiera preguntado sobre qué trataban, no hubiera sabido responder.
Adujo una vaga e imprecisa excusa y salió de la comisaría, no aguantaba el calor allí dentro. Caminó hacia la Gran Vía. Cogió el móvil para llamar a Ruth, y en esa ocasión la jungla de los automóviles le impidió saber si la llamada había finalizado. Comprobó que ella no había cogido del teléfono. Bajó por Montera hasta Sol. Las prostitutas bajaban la vista a su paso, y el cuello se le desgobernó cuando alcanzó la tienda de vestidos de novia.
Pablo aceleró el paso al llegar a la calle del Carmen. Decidió que debía entrar en una perfumería y comprar a su novia un bote de colonia, uno grande de Channel nº 5, le parecía recordar que Ruth alguna vez le había hablado sobre él. Enfrente de la peluquería, salpicadas por el suelo, se extendían un montón de sábanas con discos piratas y bolsos de imitación. Cuando lo vieron, los negros recogieron rápidamente sus sábanas y comenzaron a correr en dirección a Callao. Un teléfono móvil, de color rojo, igual que el de Ruth, quedó girando como si fuera una peonza lánguida. Pablo se lanzó a su persecución. En su huida, uno de ellos tropezó con una señora de edad avanzada y la derribó. Pablo consiguió agarrar del cuello a uno de los negros, que cayó al suelo. Su sabana se abrió y escupió sobre las baldosas varias cajas de colonia. El africano le miraba con los ojos empapados de sudor. Miró hacia abajo y una caja de Channel nº 5 se rozaba contra su bota como si fuera una gata mimosa. La recogió del suelo, le dio al negro un billete de veinte euros y, mientras se dirigía con pasos demorados hacia Sol, sacó del bolsillo su móvil.
Crítica: Los enamoramientos. Javier Marías.
Hace 9 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario