lunes, 21 de abril de 2008

Billete sencillo

Marta y Juanlu se conocieron en el metro. Todos los días a la siete de la mañana aguardaban con el sueño todavía acechándoles la llegada del tren jadeante en la parada de Tribunal. Al entrar en el vagón, Marta solía mirarse en el reflejo que escupía el cristal que se entenebrecía al penetrar en los oscuros túneles. Con gesto en apariencia displicente se abanicaba la melena rubia, recolocando en su lugar aquel mechón rebelde. Juanlu sacaba un pañuelo arrugado del bolsillo de su traje y se golpeaba con movimientos precisos la frente y se acariciaba la papada. Tenía la costumbre de examinar el pañuelo después de esa operación, apretándolo con sus manos para comprobar la presumible humedad que se hubiera formado.

Ella era muy atractiva. Juanlu no podía evitar el lanzar miradas oblicuas a los pechos que apretaban una camiseta siempre oscura. Al principio Marta sentía una cierta repulsión por aquel hombre gordo que le taladraba con la mirada los senos y el culo. Después, nunca se supo explicar el porqué del viraje en su apreciación, tomaba aire y echaba los hombros hacia atrás.
Una mañana lluviosa, con la ayuda involuntaria de un frenazo brusco, Marta se abalanzó encima de Juanlu. Él notó entonces la turgencia y rocosidad de sus grandes pechos. Marta, en lugar de musitar una disculpa apresurada y retirarse, siguió agarrada a él. Recorrió la espalda carnosa del hombre con los dedos tensados y clavados como garfios. Las estaciones se fueron sucediendo. Al llegar la parada de Juanlu, extrajo del bolsillo de la americana un billete sencillo de metro, y, con la ayuda de un bolígrafo, garabateó con trazos apresurados lo siguiente:”Fuencarral, 35 2º-D. Hoy a las ocho de la tarde”. Se lo entregó a Marta y le dijo: “Devuélveme esto”, mientras las puertas se abrían y él salía del vagón de espaldas. Marta miró aquel pequeño rectángulo. Observó las letras de aquel hombre, unos trazos escritos en negro, fuertes, que casi atravesaban la cartulina. Tocó con las yemas de los dedos el reverso del billete, y pudo palpar, como si fuera un ciego que lee braille, aquellas palabras espejadas tan incisivas que había escrito aquel hombre.
Cuando Marta llegó al portal Juanlu la estaba esperando abajo. Ella notó un fuerte olor a colonia infantil. Anduvieron en silencio hasta el ascensor. Al entrar se agarraron en un baile enfervorecido, una danza de manos que se exploraban y de saliva con la que se bebían. Ella notó el miembro de Juanlu empujando febrilmente contra su muslo. Al llegar al segundo piso, sacó la llave de casa y abrió la puerta.

- ¿Me has traído eso? –le preguntó a ella.

Marta no supo a qué se refería hasta que encendió la luz. Las cuatro paredes de salón se hallaban completamente empapeladas de billetes sencillos de metro.

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